lunes, 13 de julio de 2015

¿Más vino, cariño? - I


Son casi las diez, mi marido debe estar a punto de llegar. Creo que voy a dar una última vuelta por la casa para ver que todo este en orden. La cena está casi lista; el vino lleva respirando unos veinte minutos; la iluminación es tenue, acompañando a las velas aromáticas del salón; y, para redondear esta escena de ensueño, no hay nada mejor que un poco de música ambiental.

Esta noche va a ser especial, lo presiento.

Tengo curiosidad, ¿vendrá hoy con la corbata suelta, como un puerco desaliñado o perfectamente atada, en su sitio, como un niño el día de su comunión?

El sonido de sus llaves me devuelve a la realidad para ver que estaba equivocaba.

—¿Y tu corbata? —Le salto sin pensar.

—Hola a ti también.

Joder, mal empezamos. Y todo por mi culpa. Tengo que ser más cariñosa.

Con paso lento me acerco hasta él para darle un beso en los labios, despacio. Quiero que los saboree y se de cuenta de que no es una bienvenida corriente.

Ángel me mira sorprendido pero se extraña aún más cuando se fija en la casa y en el ambiente que la envuelve.

—¿Qué se celebra?

No me sorprende nada la pregunta. De hecho, si yo estuviera en su lugar también diría lo mismo. Bueno, lo mismo no, parecido.

—Hoy es 23, hacemos un mes más, juntos. 

Remarco de manera casi excesiva la última palabra pero él no se da cuenta. Está embobado con la mezcla de sensaciones que le rodean.

—¿Pero si hace años que no celebramos estas cosas?

—Bueno, ¿por qué perder las buenas costumbres?

Ángel se pasea por la casa como si no la conociese. Siempre me ha gustado su culito respingón. Ahora no veo nada tras ese traje monocromático pero mi mente es muy imaginativa y se traslada a los inicios de nuestra relación, cuando andábamos por la casa semidesnudos. Tras terminar de inspeccionar su propio hogar, decide tomarse una copa de vino en la cocina, mientras mira, desde la barra americana, la mesa lista para la cena.

—¿Te gusta? —le pregunto con inocencia.

—Claro cariño. No tenías que haberte molestado —dice mientras intenta ser galante sirviéndome otra copa de vino.

—¿Y encima has preparado la cena?

No hagas preguntas obvias maldito estúpido. Intento contenerme pero el ceño de mi cara se tensa. Por suerte, y para variar, mi marido está a otras cosas.

—Lubina al horno.

—Cómo te lo has currado —dice con dulzura.

—Ya me lo recompensarás más tarde.

****

Le noto intranquilo. Sin la televisión de acompañante hay un silencio incómodo. Estará más alerta que de costumbre a si que lo mejor será que empecemos.

—Bueno, ¿Qué tal el día?

—Duro. No he parado de ir de arriba a abajo: llamadas por aquí, recados por allá, ya sabes.

—Eso es bueno. El barco sigue surcando los mares, viento en popa a toda vela.

—Sí —dice con una leve sonrisa, mientras saborea el pescado y lo mezcla con las patatas.

—Pero recuerda que tienes que descansar. No puedes tirarte todo el día metido en la oficina porque tampoco es que te pagen tanto.

Mi marido ni siquiera abre la boca. Parece que le está gustando la cena.

—Por cierto, el otro día me encontré con un compañero tuyo en el hipermercado.

—¿Con quién?

—El que tiene el pelo rizado, Miguel creo que se llama ¿no?

Ángel se sorprende y alza las cejas. Yo me doy cuenta enseguida y tomo nota de su reacción.

—Estaba con una mujer muy guapa y un niño de unos ocho o nueve años. Pero, Miguel no tiene hijos ¿no?  

—No, no, no. ¡Qué va!

Con cada pregunta está más nervioso. Perfecto. Tengo que seguir por este camino.

—Sería su sobrino. Y la mujer su novia, supongo. —Concluye Ángel, sin apartar la vista del plato.

—El caso es que me dijo que cada vez te ve menos por la cafetería, donde soléis almorzar vosotros, los de tu sección. —Añado recalcando la frase con las manos.

Mi marido se queda pensativo unos segundos antes de responder.

—Sí. Es que llevo unas semanas con un proyecto nuevo en el trabajo. Estoy asesorando a un grupo de personas que ha venido en representación de una empresa amiga y son bastante más sofisticados que nosotros por lo que decidí llevarles a otra cafetería más... moderna. Hay que tratar bien a los clientes —dice con su característica sonrisa falsa que tan a menudo le gusta mostrar.

Llevo ya más de dos meses notando algo raro en él, no unas semanas. La infidelidad sería lo más lógico. Es un hombre apuesto, muy galante, un caballero de los de antaño, de esos que nos creen inútiles o inválidas para abrir la puerta de un coche o para quitarnos la chaqueta. Y hoy en día eso es muy valioso, casi como un trofeo que se intentan disputar las más putas del corral. Además, la carne es débil y ellos son bastante fáciles de persuadir y manipular. Aún así, no creo que sea eso. Su cara está tensa, denota culpa porque me está ocultando algo pero no es una culpa adúltera, es otra cosa. No es capaz de mantenerme la mirada más de un segundo. Teme que vea algo en su rostro. Es normal, le conozco desde hace diez años y se que no sabe mentir, al menos, no tan bien como yo.

Segunda parte

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