domingo, 16 de agosto de 2015

Vacaciones en la isla de Nante

Capítulo 1

Eran las cinco de la tarde y el sol apretaba sobre nucas y cogotes. Cargando maletas, mochilas y bolsas de todo tipo, la cuesta empinada y desconocida obligó a toda la familia a respirar solo por la boca. Miguel empezó a notar cómo de su frente manaba un sudor que acabaría convirtiéndose  en grandes  gotas acuosas fluyendo por un tobogán de piel húmeda hasta llegar al suelo blanco y seco para mojarlo, pero solo por unos minutos ya que el imponente y veraniego sol se encargaría, en otros pocos, de borrar cualquier rastro húmedo de la zona.  

Desde ahí podían ver el puerto isleño. No entraban más de cinco o seis barcos y la mayoría eran pesqueros que faenaban por esas aguas, por lo que para llegar hasta allí, su nuevo destino vacacional, la familia tuvo que contratar un barco a la antigua usanza. Fueron al puerto costero más cercano y el padre estuvo buscando a un marinero que quisiese llevarles. No le costó demasiado encontrar uno. Al parecer, había un pequeño servicio de transporte, muy improvisado, el cual utilizaba a uno de esos barcos pesqueros que iban y venían cada día transportando su mercancía y, de paso, llevaban a los turistas a la isla por un módico precio.

—¡Joder Ana! Piensa un poco con la cabeza coño. No ves lo que pone, no ves que esta calle va a dar a otra zona.

Andrés se paró en seco y señaló con fuerza el plano. No dejaba de mirarla, sin pestañear. Todo su cuerpo estaba en tensión.

—Ya lo sé, pero por donde tú dices tampoco es. —Ana eludió a su marido y prosiguió la marcha—.  Vamos a seguir por esta calle y miramos los nombres de las siguientes.

—La madre que la parió —terminó diciendo Andrés por lo bajo.

El chico oía de vez en cuando a sus padres discutir. Ya se había acostumbrado a ello y para él no era nada más que ruido de fondo. Tan solo le sacaban de sus pensamientos cuando el volumen subía demasiado y ellos se paraban, se miraban e interrumpían la marcha. La familia llevaba una media hora buscando la casa donde se alojarían durante sus vacaciones. Alba, la pequeña, era la que más se alejaba de todo ese ruido y, como su hermano, estaba a sus cosas y solo requería atención cuando necesitaba algo. La pequeña tiró  de la mano de Miguel y este dejó de mirar al horizonte y se fijó en ella. Sin decir nada le señaló la botella casi vacía de agua. Él también tenía sed. Aun así, se la dio sin rechistar.

—A ver, déjame el mapa —pidió Ana con impaciencia.

—Toma lista, ¡qué eres mu lista!

A decir verdad, la mayoría de las veces su padre tenía razón, pero el problema no era ese, el problema eran las formas de ogro enrabietado que sacaba cada vez que discutían.

Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Sus padres estaban callados, mirando el plano, y la pequeña Alba chupaba el borde de la botella con la intención de alcanzar las últimas gotas de agua. Con esta tranquilidad, Miguel pudo volver a ensimismarse mientras miraba el horizonte, esa línea confusa que divide cielo y tierra.

Al principio del viaje en barco, la isla solo era una mancha de tierra en el océano, pero cuando llegaron a sus fronteras pudo verla en todo su esplendor. Tenía una estructura  bastante peculiar aunque su construcción parecía lógica. ¿A quién se le habría ocurrido vivir allí?  La isla guarecía en sus tierras un pequeño pueblo de unos 200 habitantes que cambiaba poco su número con el paso de las estaciones. No tenía playa, o al menos eso parecía deducirse del simple folleto turístico que les dio el marinero nada más bajarse del barco. Solo habían dibujado rocas oscuras rodeando Nante, así se llamaba la isla. El pueblo, en cambio, tenía un nombre mucho más rural: Montesino; parecía que se lo habían puesto solo para que fuese más acorde con el resto de pueblos de la zona. En cuanto a su estructura, Nante era como una pequeña montaña emergiendo de las aguas, pero con una cúspide achatada, casi terminada en forma de meseta, y en la que había un frondoso bosque. Lo más curioso de la isla era que para llegar hasta lo más alto tenías que dar vueltas, literalmente. Como había una pendiente demasiado pronunciada, no se podía crear un acceso directo, había que bordear. Así, construyeron una carretera principal que ascendía rodeando la isla; era como una escalera de caracol alrededor de un gran pilar. El resto del lugar lo formaban interminables senderos en zigzag y caminos con pendientes bastante empinadas. 

—¡Hala, pues muy bien! ¡Quédate con tu querido mapa! —Ana terminó por perder los nervios y le tiró el plano a la cara.

El trozo de papel arrugado acabó en el suelo mientras Andrés miraba a su mujer, incrédulo por la acción. <<¡Qué pesados dios mío! No saben hacer otra cosa que discutir>>, refunfuñaba Miguel para sus adentros. Su madre cogió la maleta que tenía más cerca y empezó a caminar en dirección contraria a donde se estaban dirigiendo. Fue entonces como de entre las sombras de unos árboles apareció un señor de unos cincuenta años. Ana se paró en seco y preguntó al desconocido por una casa que alquilaban los lugareños para turistas. Era un adosado blanco de techo verdoso a juego con las ventanas.

—Estás de suerte —dijo el señor con una sonrisa en la cara—. Mi familia y yo hemos venido aquí también de vacaciones y estamos justo en el mismo sitio. ¡Vamos a ser vecinos! —Rio y se frotó las manos—. Mirad, tan solo tenéis que bajar estas escaleras —Señaló la escalinata escondida por la que había aparecido de repente— y, en esa misma calle, giráis hacia la izquierda y buscáis el número 21.

—Muchísimas gracias vecino —exclamó Ana alegre—. Vamos niños, que ya estamos.

Ya en la casa, los padres de Miguel empezaron a sacar toda la ropa de la maleta y a guardarla en los respectivos cajones. Ana se fijó en cómo su hijo miraba la televisión y cambiaba de canal  cada diez segundos.

—Oye, ¿por qué no sales a dar una vuelta mientras nos asentamos y lo preparamos todo? Toma —Sacó un par de monedas del bolso y se las entregó—, para que te compres un helado y así me dices dónde está el supermercado más cercano.

Miguel saltó de la cama enérgico y aceptó el desafío.

No hay comentarios: