domingo, 6 de septiembre de 2015

Vacaciones en la isla de Nante

Capítulo 4

Con la vista fija en el suelo, sin buscar nada en particular, el chico agarró una piedra que le llamó la atención. Era redonda, lisa y pequeña. Tenía el color de los huesos al aire libre, amarillentos por el paso del tiempo. De un zarpazo, Miguel lanzó el canto rodado por un acantilado.

—¡Niño! —gritó su madre por detrás—. ¿Qué haces? Ven aquí anda.

Después de dar varias vueltas por el pueblo, la familia había acabado en un improvisado mirador sobre el acantilado. En él solo había una pequeña capilla. El chico sacó el folleto que le dieron en el puerto y empezó a leer la poca información que había referente al edificio. "Capilla gótica de finales del siglo XIII construída según algunos legajos <<en honor a un viajero de las tierras del norte>>. En estos manuscritos se dice que, cuando el hombre llegó al acantilado, fue tal la emoción que le embargaba que sintitó aquel lugar como santo y mandó construir allí un edificio sagrado, con la esperanza de que más personas llegasen a experimentar lo mismo que él". 

Miguel entró en la capilla después de su madre. Era bastante sencilla. Tan solo contaba con dos hileras de bancos de a cuatro, un pasillo estrecho que los separaba, un altar simple y un pequeño rosetón de seis colores con motivos angelicales en su interior. El lugar estaba completamente vacío. Solo el arrastar de las zapatillas de su hermana resonaba por el habitáculo. El chico buscó con la mirada a su padre, pero no lo halló en el interior. Debía estar afuera, estudiando la estructura del edificio.

Cuando Miguel salió al exterior vio a su padre sentado en un banco del mirador. Era el momento perfecto para hablar con él.

—Papá.

—Qué pasa.

—¿Por qué hemos venido a esta isla?

—Para descansar. Las vacaciones son para descansar.

El chico se quedó unos segundos pensando cómo formular la siguiente pregunta.

—Sé que querías un lugar con playas de arena y que estuviese más animado. El año que viene iremos a otro sitio. —concluyó Andrés.

Miguel observaba cómo su padre miraba distraído los alrededores, intentando evitar el diálogo.

—Papá.

—Qué.

—¿Tú has venido aquí a descansar?

Andrés suspiró por la pregunta.

—Ya sabes que tengo mucho trabajo y no puedo estar una semana sin hacer nada. Pero, para eso tenemos estas tardes, para estar todos juntos en familia y pasar unas bonitas vacaciones.

—Papá.

Esta vez Andrés no dijo nada; solo le miró fijamente.

—Entonces, ¿no has venido aquí a estudiar tus cosas? —Siempre que hablaban de ello, el chico llamaba a sus investigaciones "estudiar sus cosas"; lo llevaba haciendo desde que tenía uso de razón.

—Miguel —Empezó su padre (era el único de la familia que le llamaba así. También era el único que no quería que le llamase así)—. Esas cosas no te incumben, ya lo sabes.

Andrés se dio cuenta de la crudeza de sus palabras. Cambió el gesto e intentó hablarle con un tono más amable.

—Tú disfruta de las vacaciones, pégate un buen chapuzón y haz amigos... o amigas que me ha contado tu madre que te has echado de novia a la vecina. Venga, vamos con las chicas adentro, a ver qué hacen.

El chico se levantó con desgana y obedeció a su padre.

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