domingo, 13 de septiembre de 2015

Vacaciones en la isla de Nante

 Capítulo 5

Clara estaba un poco rara. Miguel lo notó nada más salir de casa. No hubo un recibimiento tan animado como en las veces anteriores.  Ni siquiera mencionó esa palabra que tanto le gustaba: Miguelín. Tan solo le saludó con la mano y dijo un leve "¿vamos?" antes de partir.  Miguel le preguntó varias veces qué le pasaba, pero ella se limitaba a sonreirle y a decir que estaba un poco nerviosa por lo que iban a hacer.

La plaza de Montesino se situaba en la zona baja del pueblo, cerca del puerto ya que era uno de los pocos lugares llanos de la isla. También era el sitio más grande y donde se concentraban la mayoría de comercios y bares. Esto daba a la plaza el aspecto de un mercado lleno de gente, cruzando de tienda en tienda para comprar todo tipo de productos. Escondido entre la multitud se hallaba el pequeño Edu. Estaba sentado en el borde de la fuente principal y miraba cómo sus vecinos iban y venían. De pronto, sus nuevos amigos aparecieron de entre el gentío. 

—Ya estamos aquí. ¿Nos vamos? —dijo Miguel impaciente.

—Te veo con ganas —contestó el joven, alegre por la llegada de sus nuevos amigos­.

—Claro. Venga, vámonos y así aprovechamos la mañana al máximo.

—¿Venís preparados? —preguntó Edu sin mucha convicción.

—Sí, yo llevo una linterna para cuando estemos dentro.

—¿Y agua para la caminata que nos espera hasta arriba?

Ninguno de los dos contestó, solo se miraron.

—Ya será para menos —dijo finalmente Miguel.

—Anda, esperad aquí que voy a por un par de botellas de agua.

Clara y Miguel se quedaron a solas junto a la fuente, cercados por el trajín de la mañana. La joven, medio encogida en sí misma, esperó unos segundos antes de decidirse a hablar.

—Oye Miguel, ¿te sige molestando que venga con vosotros? —Clara estaba nerviosa y le costó pronunciar aquellas palabras.

—No. Y mucho menos si sigues llamándome así.

—¿Cómo? —preguntó inquieta, sin saber a qué se refería.

—Con mi nombre real, Miguel.

La joven respiró aliviada y le siguió el juego.

—Seguro que si te llamo EL REY MIGUEL te gusta más.

El chico rio con la broma. Acto seguido irguió la espalda y sacó pecho con actitud de mandatario. La sonrió y dijo:

—No estaría mal.

—¿Por qué no te gusta que te llamen Miguelín? —exclamó la joven intrigada.

—Porque suena como si tuviese 10 años y soy bastante más mayor. ¿Quieres que te llame yo Clarita? ¿No crees que así pareces una niña de 8 años?

Gracias a la conversación que estaban teniendo, Clara pudo relajarse y, de manera disimulada aunque evidente, se fue acercando a Miguel hasta estar a pocos centímetros de su cuerpo. Le miró  fijamente y, con esos ojos cristalinos, intentó hallar en él la respuesta que buscaba.

—Entonces, ¿no te molesta mi presencia? —Lo dijo con un tono suave, cercano, casi en un surruso.
Esta vez Miguel le siguió el juego a ella.

—Nunca me has molestado. Es que temía que fueses de esas chicas que solo salen con zapatos de cristal y pisan alfombras rojas. Yo no quiero eso.

—¿Y qué quieres?

—Riesgo, aventura...

No pudo seguir hablando. Clara se acercó a sus labios, poco a poco, como preguntándole si quería aceptar lo que ella le ofrecía. No hubo respuesta, pero tampoco muestras de rechazo. Fue un beso largo, metódico. Miguel lo notó fresco, casi sabía a menta. Seguro que se había lavado los dientes justo antes de salir de casa. Lo tenía todo previsto. Por eso estaba tan callada y tan nerviosa.

Al otro lado de la plaza y de forma intermitente, Eduardo los miraba con las botellas en la mano. En ese momento le dio un vuelco el corazón. Empezó a palpitar con fuerza y furia incontenible, como intentando romperle las costillas. Estaba muy dolido por lo que acababa de presenciar. Parecían hermanos. ¿Por qué entonces? ¿Por qué le hacían esto a él? Se había portado bien. Había sido amable. Les dijo sitios chulos e interesantes para que se divirtieran juntos. ¿Le iban a dejar de lado ahora? ¿Le iban a abandonar? La mente de Eduardo se convirtió en un bullicio de ideas alocadas, conspiranoicas y contrapuestas.

Clara era preciosa, con esos ojos y esos labios... Se había enamorado de ella al instante. Era como un extraterrestre, un ángel caído del cielo, algo diferente, nuevo, fresco y muy bello. Pensaba que con ella sería diferente, que las decepciones desaparecerían, pero la imagen que tenía delante le devolvió a la realidad. Una realidad llena de rechazos y desilusiones. Miguel, dichoso entrometido. Parecía majo y la trataba como a una hermana. No debía ser un obstáculo para él.

—¿Por qué? —repitió esta vez en voz alta, lleno de rabia.

El joven intentó calmarse y echar de su mente las ideas venenosas que le acosaban. Daba igual. Siempre había estado solo y esto no iba a cambiar nada. Solo tenía que aguantar el tipo y sonreir.

Eduardo respiró hondo y caminó despacio hacia ellos. Les esperaba una buena caminata juntos.

No hay comentarios: