domingo, 20 de septiembre de 2015

Vacaciones en la isla de Nante

 Capítulo 6

—Oye Edu —dijo Miguel mientras empezaban la costosa subida—, ¿y qué clase de leyendas se cuentan de la mansión?

El joven Eduardo marcaba el paso, yendo a la cabeza del grupo y guiando a sus amigos hasta el gran caserón. Se tomó su tiempo antes de contestar.

—Leyendas hay muchas. Si preguntas a cualquiera del pueblo te dirá varias. ¿Cuáles son ciertas? Nadie lo sabe; quizá ninguna —Volvió a quedarse callado unos segundos más—. Aún así os contaré lo que yo sé, sea cierto o no.

Miguel y Clara se pusieron a su lado y el joven comenzó su relato:

—Según cuentan, hacia 1850 llegó a Nante una familia de clase alta, bastante alta mejor dicho. Decían ser americanos del norte; Neville era su apellido. Los Neville llegaron con una tropa de más de cien obreros de la construcción, compraron toda la parte superior de la isla y empezaron a construir en ella. Mientras esperaban, la familia alquiló una casa en el pueblo, en la zona baja, ya que por aquel entonces Montesino no era más que el puerto y cuatro casas más alrededor de la plaza. —El joven se paró un momento. Examinó el terreno y pensó qué sería mejor: si rodear y seguir por la suave carretera que tenían delante o atajar por las abruptas escaleras que había a la derecha. Dada la extensa narración que iba a soltar prefirió escoger la primera opción. Sus amigos le siguieron como un perro a su amo, sin mediar palabra—. La familia Neville era poco cercana y, como ninguno de ellos sabía español, cada vez que necesitaban algo, mandaban a uno de los trabajadores hispanos que tenían para sus recados particulares. Una noche, varios de ellos aparecieron con máscaras cadavéricas en el bar del pueblo. Era el día de todos los santos y se ve que allí lo celebran de esa manera —puntualizó Edu—. Pues esa noche se pillaron una buena cogorza y los pueblerinos vieron la oportunidad perfecta para sonsacarles algo sobre la misteriosa familia Neville. Tras varios vasos de aguardiente un tal Tomasito les dijo que los Neville habían escogido esta isla como su residencia permanente porque, según ellos, Nante se situaba bajo fuertes corrientes telúricas. No me preguntéis qué es porque no lo sé. Debe ser algún rollo de energías de la tierra o algo así. El caso es que justo en la cúspide era donde se canalizaba más energía. Por eso mandaron construir allí su mansión.

Miguel escuchaba con atención cada palabra del relato. Era una historia fascinante y sería una pena que solo existiese en la mente de quién la contaba. Deseaba que, al menos, una parte del relato fuese verdad. Por lo menos la casa sí que lo era. El chico empezó a imaginársela mientras su amigo Edu proseguía con la historia.

—Después de un tiempo que a todos se les hizo eterno, la mansión abrió sus puertas, pero solo para los Neville ya que nadie del pueblo pudo entrar en ella. Los obreros se marcharon y en su lugar aparecieron otro tipo de trabajadores: amas de casa, limpiadoras, jardineros, cocineros... de todo. Si antes se les veía poco a los Neville, cuando empezaron a vivir en la mansión casi desaparecieron de la isla; se convirtieron en... fantasmas sin rostro.

Eduardo empezó a reírse por lo bajo.

—¿Qué pasa? —preguntó Clara.

—Nada. Es que sin querer he relacionado muy bien el pasado con el presente. Como decía poco se supo de la familia Neville tras su ingreso en la mansión. Los únicos que correteaban por las calles empinadas del pueblo eran los más jóvenes. A todo el mundo le fascinaba esa familia, pero los chicos y chicas, como nosotros, eran los más influenciables. Cada vez que salía uno de los jóvenes Neville, los chavales del pueblo se volvían locos. Todos ellos eran especialmente guapos y emanaban un misterio, una sensualidad... algo así como Drácula o como...

—Dorian Gray —expresó Clara con entusiasmo.

—Sí, algo así.

—Sus visitas duraban un suspiro, pero ese aliento fugaz era suficiente para enamorar a cualquiera que se cruzase en su camino. En menos de una semana, el chico o chica que cayese en sus redes quedaba tan prendado que se iba a vivir a la gran mansión en el acto y no se le volvía a ver el pelo; solo mandaba, muy de vez en cuando, cartas a su antigua familia para decirles que estaba bien y que no había sido más feliz en toda su vida. Gracias a esta triquiñuela, los Neville pervivieron en la gran mansión durante generaciones. Pero esto no duró eternamente. Como la llama de una cerilla, la familia Neville acabó consumiéndose hasta desaparecer. Nadie sabe por qué, nadie sabe cuándo.                       

Durante el último tramo del viaje Miguel se fijó que la flora había aumentado y multitud de árboles aparecieron por toda la cúspide de la isla, dando al lugar un aspecto boscoso y frondoso. Mientras la historia de los Neville revoloteaba en la mente del chico un cartel que indicaba el final del camino apareció ante sus ojos y, un poco más lejos, surgió una puerta con verjas de hierro grueso. Aquel lugar además estaba amurallado. Miguel calculó que la pared de color blanquecino debía medir unos dos metros. La cruzaron sin mucha dificultad y, acto seguido, empezaron a andar a través de la espesura.

—Tras el fin de los Neville surgieron multitud de rumores acerca de que sus antiguos propietarios pululaban por la casa. Esos rumores han llegado hasta nuestros días. Algunos hablan sobre un hombre que te mira desde las ventanas de la ruinosa mansión; otros dicen que una dama vestida de blanco se pasea, noche tras noche, por los interminables pasillos, guiada por el llanto de su hijo desaparecido...

El joven tomó aire antes de concluir su relato:

Pero tranquilos —dijo Eduardo con templanza—, al final son solo cuentos para asustar a los más pequeños. 

Tras unos minutos de travesía por el bosque la mansión apareció ante sus ojos.

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